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Mindfulness para madres al borde de un ataque de nervios: Mi odisea personal
Hola, soy Laura, madre de dos pequeños tornados y empleada a tiempo completo en el circo de tres pistas que llamo vida. Hace poco, una amiga me habló sobre el mindfulness como la solución milagrosa para el estrés. Yo pensé: «Claro, como si tuviera tiempo para sentarme a ‘ser consciente’ cuando apenas puedo ir al baño sola». Pero aquí estoy, intentando integrar esta cosa del mindfulness en mi caótica rutina. Spoiler: no es el camino de rosas que te pintan en Instagram.
¿Qué demonios es el mindfulness?
Antes de seguir, dejadme explicaros qué es esto del mindfulness, por si sois tan novatos como yo. Aparentemente, se trata de prestar atención al momento presente sin juzgar. Suena bonito, ¿verdad? Excepto que mi momento presente suele incluir pañales sucios, berrinches y deadlines imposibles. Pero bueno, dicen que tiene beneficios para la salud mental y física, así que allá vamos.
Mi intento de rutina: Mindfulness en el caos
Despertar con… ¿intención?
Se supone que debo empezar el día con una meditación matutina. La realidad:
- Me arrastro fuera de la cama a las 6:00 AM, después de que el bebé me haya despertado tres veces en la noche.
- Intento sentarme en el suelo del baño (el único lugar tranquilo) por 5 minutos.
- Invariablemente, un niño empieza a golpear la puerta a los 2 minutos gritando que tiene hambre/se ha hecho pis/su hermano le está mirando.
Pero bueno!, son 2 minutos más de paz de los que tenía antes. Lo tomaré como una victoria.
Mindfulness en las tareas cotidianas (o cómo no quemar el desayuno)
Intento aplicar el mindfulness durante el día:
- Preparando el desayuno: Me concentro en los cereales cayendo en el bol. Es hipnótico hasta que la leche se derrama porque estoy demasiado «presente» para prestar atención. Nota mental: el mindfulness no sustituye a la coordinación mano-ojo.
- Camino al trabajo: Practico respiración consciente en los semáforos. A veces funciona, otras veces solo logro ser muy consciente de las palabrotas que suelto en el tráfico. Progreso, supongo.
- En la oficina: Configuré alarmas para hacer pausas de mindfulness. Mi jefe piensa que tengo un problema de vejiga por las frecuentes visitas al baño. Pequeño precio a pagar por la paz mental, ¿no?
Manejando el estrés (o intentándolo)
El mindfulness supuestamente me da herramientas para manejar el estrés:
- Respiración consciente: Cuando siento que voy a explotar, intento esa técnica de respirar 4-7-8. A veces funciona, otras veces solo me mareo. Pero hey, al menos cuando estoy mareada me olvido de por qué estaba estresada.
- Observación sin juicio: Observo mis pensamientos sin juzgarlos. «No juzgues el pensamiento de estrangular a tu jefe, solo obsérvalo flotar…» Sorprendentemente, ayuda. Quién lo diría.
- Gratitud: Antes de dormir, intento pensar en tres cosas buenas del día. Algunas noches, «no incendié la casa» y «todos siguen vivos» cuentan como dos. Las expectativas bajas son la clave de la felicidad, amigos.
Mindfulness con los niños (misión imposible)
He intentado incorporar el mindfulness en la vida de mis hijos:
- Tiempo de calidad: Dedico 15 minutos de «tiempo especial» con cada niño. A veces logramos 5 minutos antes de que alguien empiece a llorar o romper algo. Roma no se construyó en un día, ¿verdad?
- Cuentos antes de dormir: Intento leerles cuentos con voz suave y calmada antes de dormir, como si fuera una especie de narración guiada de relajación. La mayoría de las veces termino quedándome dormida yo antes que ellos. Al menos alguien se relaja, ¿no?
- Ejercicios de respiración: Les enseñé a respirar profundamente cuando están alterados. Ahora hacen ruidos de Darth Vader cuando están enfadados. No era exactamente lo que tenía en mente, pero si funciona, no lo cuestiono.
Mi descubrimiento aromático: Aceites esenciales al rescate
Vale, tengo que admitirlo: los aceites esenciales han sido mi pequeño oasis en medio de este experimento de mindfulness. Al principio pensé: «Genial, otra cosa más que tengo que recordar usar». Pero resulta que estas botellitas de aromas mágicos se han convertido en mis aliadas secretas. Aquí va mi experiencia:
- Lavanda para las noches de locos: Unas gotas en la almohada y, sorprendentemente, mis pequeños monstruitos se duermen más rápido. ¿Coincidencia? No me importa, lo tomo.
- Menta para la concentración: Un poco en las sienes durante la jornada laboral y de repente puedo enfocarme en ese informe aburrido sin revisar Instagram cada 3 minutos. Productividad, allá vamos.
- Naranja para el ánimo: Unas gotitas en el difusor por la mañana y la cocina huele menos a calcetines sucios y más a «puedo con este día». Es casi como tomar café, pero sin la ansiedad.
- Eucalipto para los resfriados: Cuando los niños están moqueando (que es como el 80% del invierno), unas gotas en la ducha y de repente respiran mejor. Yo respiro mejor. Todos respiramos mejor.
- Mezcla «anti-estrés»: Mi creación especial de lavanda, bergamota y ylang-ylang. La uso cuando siento que estoy a punto de convertirme en la Increíble Hulk. No hace milagros, pero al menos cuando grito «¡¿QUIÉN HA PINTADO EL PERRO DE AZUL?!», huelo fantástico.
Lo mejor de todo es que usar estos aceites se ha convertido en un mini ritual de mindfulness en sí mismo. Cuando abro una botella y respiro profundo, es como un pequeño recordatorio de «Eh, cálmate, todo va a estar bien».
¿Beneficios? Bueno, algo es algo
Después de semanas intentando esto del mindfulness, noto algunos cambios:
- Reducción del estrés: Sigo estresada, pero ahora soy muy consciente de ello. ¿Cuenta como progreso?
- Mejor calidad de sueño: Caigo rendida cada noche. No sé si es por el mindfulness o por el agotamiento. Elijo creer que es el mindfulness.
- Mayor concentración: Puedo enfocarme en una tarea durante… ¡oh, mira, una ardilla! Vale, sigue siendo un trabajo en progreso.
- Mejores relaciones: Mis hijos piensan que es divertido cuando hago «respiraciones de dragón». Mi marido ya no me mira raro cuando me encuentra olfateando aceites en el baño. Pequeñas victorias.
- Aumento de la autoconciencia: Soy más consciente de cuándo estoy a punto de perder los estribos. No siempre lo evito, pero hey, la conciencia es el primer paso, ¿no?
¿El mindfulness ha cambiado mi vida? No exactamente. ¿Mi casa se ha convertido en un oasis de paz? Ja, buen chiste. Pero… hay momentos, pequeños momentos, en los que logro respirar profundo en medio del caos y pienso: «Esto no está tan mal».
Para las madres agobiadas como yo que quieran intentarlo: empezad con algo pequeño. Respirad profundo mientras cargáis la lavadora. Sentid el agua en vuestras manos mientras laváis los platos. Oled un aceite esencial que os guste. Y si todo falla, recordad que el vino también puede ser una experiencia mindful si lo bebéis lentamente y con atención.
No os prometo milagros, pero si el mindfulness puede hacer que gritemos un 10% menos y sonriamos un 5% más, yo lo tomo. Y si no, siempre nos quedará el helado a medianoche como técnica de meditación alternativa. Namaste, mamás guerreras.
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